Viernes 17 de octubre de 2008
a las 20:00 horas
en La Casa de Canarias en Madrid
(calle Jovellanos 5, bajo derecha)
El Blog oficial del nuevo poemario del grancanario Luis Antonio González Pérez, CONFIESO EL VACÍO publicado por la editoral ANROART EDICIONES, con Ilustraciones del escultor Máximo Riol y prólogo de Fermín Domínguez Santana. Noticias, entrevistas, referencias en prensa, crítica, fotografías, presentaciones ...
Tampoco miden los espejos
las distancias
con nosotros mismos.
Quien habla desde la locura habla desde la desposesión total, desde la carencia absoluta incluso de sí mismo. Y la carencia absoluta es la deconstrucción perfecta de la posesión absoluta: únicamente quien nada posee es capaz de poseerlo todo en su apertura radical hacia el mundo, pues, desde el momento en que exista la certeza de una posesión, la conservación de lo poseído cierra el camino hacia la plenitud. El loco es, por lo tanto, el poseedor absoluto: la puesta en riesgo constante de cuanto encuentra en su camino, la eterna desposesión de cuanto le acompaña, genera la posesión radical de su mundo. Quien nada posee, posee todo. Quien confiesa el vacío atestigua la desposesión absoluta de quien todo posee desde la riqueza completa del desposeído.
Teme los vacíos,
las soledades,
los silencios,
los tiempos
y los espacios
en todas sus medidas.
Todo escritor nace de una herida con el mundo externo, y la música de las palabras es el hilo con el que trata se acompasar su ritmo con el ritmo de la exterioridad. La herida se forja siempre desde las formas del miedo: el descontento, la necesidad, el dolor, el temor... Quien escribe desde la confesión del vacío, desde el desengaño de la posesión, elige el verso como respiración y entrecorta su tempo hasta confundir, en su cadencia lacerante, el estertor del moribundo y el suspirar del renacido.
Somos fiel reflejo
de un presente incierto
y un futuro imposible.
Dame la mano.
Si esto es el final del poema
termínalo conmigo.
Y es que el escritor es el loco perfecto, el desposeído absoluto que busca rellenar su vacío con las curvas trenzadas por las palabras. En su desposesión radical, en su riqueza absoluta, arriesga cada palabra y trenza, paso a paso, un camino, un sentido, un destino. La página en blanco se transforma, entonces, en un espacio silencioso donde el escritor transita en busca de una revelación final. Palabra a palabra el loco se convierte, cuando vislumbra una morada final, en mago. El mago es quien elige aquellas necesarias entre las potencias del camino y las aúna, sin poseerlas, en un proyecto común. El mago desea un sentido, desea un destino, pero, en su despego absoluto, se deja arrastrar por los elementos que gobierna hasta imbuirse de su magia, hasta constituirse en mago gracias a las potencias que gobierna. De este modo, el escritor escribe su obra y la obra escribe a su escritor; en su cuerpo, cada palabra dibuja la música que él mismo ha escrito con su cuerpo.
Desnúdate bajo mi vientre,
siente la opresión
con el espacio exacto
para deshacerte de la ropa
como quien rompe cadenas,
contratos, pactos sociales,
y hace una revolución
desde su cuerpo
gritando al mundo
con los pulmones en las manos.
Cada poema es un ángel que, aparecido, escribe a su escritor, en un silencio que entreteje, en comunión con otros silencios, el silencio perfecto del renacimiento. La confesión del vacío se convierte así en la reconstrucción del silencio, porque sólo desde el silencio perfecto que habita el vacío de la carencia se puede iniciar un nuevo ciclo.
¿Te acuerdas
cuando nacimos juntos?
Las sábanas
eran una excusa para no mirarnos.
Los dedos entrelazados,
el miedo y los latidos
nos dieron nombre
y eco en los labios.
Recuerda esto
y haz que lo escriban
en mi mármol o en el tuyo
“nació y murió por mí”.
El recuerdo inventa, en cada muerte, un cuerpo de olvido hasta la vaciedad de la espera. Confesar el vacío, reconstruir el silencio, es trazar el propio vacío e inscribirlo para alcanzar la infinitud de la soledad, es escribir la carencia desde la carencia para llegar a ella. Sólo en su consecución, en el silencio perfecto de un poemario acabado, el destino se hace pregunta abierta, interrogante inconcluso cuya única respuesta será un nuevo nacimiento aún inesperado. Ahora todo es recepción. Desde esa apertura radical el mago es, por fin, sacerdotisa.
Te creo
cuando dices
que los segundos pasan lentos
cuando no esperas nada.
Que el reloj
deja de marcar
cuando no hay horas pensadas
para la última pregunta.
Para la última pregunta
no tengo respuesta.
He cerrado ya la puerta.
Es tarde.
No insistas en llamar
si no te queda voz
ni razones para hablar
de nada
ni tampoco de nosotros…
Luis Antonio González
Cuando se es joven todos hemos querido atravesar el “Bosque Encantado” envolvernos en su misterio, en su magia, pero se ha de tener mucho cuidado al atravesarlo porque -al igual que la vida que todo lo erosiona y nos lleva algunas veces a relaciones deshumanizadas, frágiles, inestables, desengaños amorosos- al cruzar el bosque puedes quedar también prisionero de un encantamiento.
Quizás el poemario “Confieso el vacío” (E. Anroart), se fue creando a través de ciertos hechos personales ocurridos al poeta. Circunstancias, chispazos que le han provocado un lenguaje casi irracional, un gusto, un deseo de resucitar los recuerdos, o enterrarlos. Contemplar su propio vacío, someterse a la vida, a la sensación de fracaso, al fragor del desencanto. A la poesía, el recurso que siempre tienen los poetas para alimentarse, para recuperar energía.
“Confieso el vacío es una reflexión profunda de esa puerta abierta al mundo, de su derrota ante la amada, de su existencia teñida de desasosiego. Y su deseo de ser transportado de la sombras de un amor casi obsesivo, a la luz.
Una confesión tan desnuda que en algún caso se podría considerar como una manipulación de sentimientos, un ritual de humillación, pero el poeta tiene esa imperiosa necesidad de mostrar, de contar, de sacarse los demonios, los sueños y las pesadillas, desvelar asuntos. Manifestarse a modo autobiográfico.
El amor siempre fue una constante en la inspiración de Luis Antonio, pero ahora el goce de la pérdida, el rencor, el grito y el resentimiento, han sido su salvación.
La sensibilidad del poeta quedó reflejada desde su primer poema ¿Me escuchas? en el 2.003, cuando Luis Antonio tenía sólo diecisiete años. Hoy su obra poética domina el verso, irradia un equilibrio, una emoción y al mismo tiempo una gran valentía. Tiene ya cuatro libros editados y próximamente publicará un nuevo poemario.
Si tuviera que elegir un conjunto de poemas de Luis Antonio González, un conjunto de versos que reflejen las angustias, los deseos, el amor y el desamor, el alma del autor, no dudaría en escoger los que ha reunido en “Confieso el vacío”. Un libro que exhibe unas ilustraciones de Máximo Riol, unas ilustraciones que parecen objetos sueltos en ausencia de gravedad. Muy bellas.
Mi enhorabuena por este nuevo libro, por mostrarnos este amor tan humano.
Queridos amigos, señoras y señores:
Es Arquitecto Técnico por la Universidad de La Laguna (1975) y Profesor de Dibujo Lineal y Perspectiva de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Las Palmas de Gran Canaria.
Su labor como docente traspasa los muros de la Escuela. En el decenio 1985 - 1995 da charlas para la difusión de las Artes Aplicadas por diversos centros escolares y culturales de Canarias, siendo uno de los baluartes del grupo Espiral, motor de las artes plásticas en Canarias.
Ha participado en innumerables exposiciones, tanto individuales como colectivas. Su obra se encuentra dispersa por la geografía española y en varios países americanos, tanto en hormigón como en acero. Poseedor de numerosos premios, su obra ha sido objeto de estudio y análisis por una extensa nómina de críticos.
Su obra instalada más representativa para los canarios es sin duda "La Portada", ubicada en la entrada de los túneles "Julio Luengo" en la avenida marítima de Las Palmas de Gran Canaria, integrándose en el entramado urbanístico de la zona en armoniosa conjunción, convirtiéndose en elemento de referencia para los que transitan por al arteria principal de la capital canaria.
También ha creado el "El Jardín de las Hespérides" , conjunto escultórico formado por siete piezas alegóricas a las Islas Canarias, en el parque de San Juan de la ciudad de los Faycanes.
Su obra es tan extensa como interesante, jugando con las formas y los vacíos a modos parecidos a los de Chillida u otros escultores de temática similar del siglo XX.
I
La luz de la cocina
insiste en despedirse.
Reaparece
en los instantes de descanso.
Mi nombre se repite
en las noches vacías
como habitaciones
sin sábanas en las camas.
Puedes morir mintiendo
–con un cuchillo en el vientre–
mientras duermes,
y soñar todos los restos de vida
que quedan por perder
debiendo tantas verdades.
Despiertas a la mañana siguiente
cuestionando si quedará café
de la tarde anterior,
cuando pensabas que estar solo
era un remedio
para la ausencia de ti mismo.
Toma un ramo de mentiras
hechas pedazos.
Pasé una noche violenta.
A veces se te indigesta
una conversación
o un silencio crudo.
No hay relojes
para medir
los pasos que tardo
en encontrarme con alguien.
Tampoco miden los espejos
las distancias
con nosotros mismos.
V
No tengas dudas
que llamaré a las cosas por su nombre.
Cuando no tema
las verdades que me acechan,
– las palabras exactas –
daré al silencio su muerte más certera.
Tú tienes esa suerte;
no te avergüenzas de permanecer vivo,
no sufres a la espera
de que la vida te devuelva
todos tus delirios a cachetadas.
El mundo clama en paz
por un día sin mis versos.
La pasión se estremece
entre duchas,
apuntes y alarmas,
al borde del vacío,
al filo del precipicio
ante el cual
hasta el verso se detiene.
Las ventanas se abren
en la madrugada
sin miedo a nada.
El aire regala voces lejanas,
restos de miradas oscuras,
de aguas perdidas,
de fallidas misiones
de resurrección de los vivos.
No reconozco
el tacto de tus labios
en mis mejillas.
El aire no trae nada tuyo esta noche.
El primer resplandor
me jura
que nadie soñó conmigo
ni dejó mi olor dormir entre sus sábanas.
XIII
El tiempo es un veneno
que bebemos sin hartarnos,
un punzón
que se clava en el pecho
con golpes de segundos
y el girar de las agujas.
El espacio es otro tiempo.
Es un recuerdo marchito
en el que te dejo,
o el que me queda hasta volverte a encontrar
muerta de tiempo,
borracha de tiempo,
harta del tiempo en que me esperaste.
La nada es otro tiempo.
Es el tiempo de olvidarte,
es el tiempo que perdimos
ansiando otro tiempo mejor
o muriéndonos con mucho tiempo
contado en nuestras manos.
Todo es tiempo.
Las soluciones claman al tiempo,
los errores son tiempo suicidado,
los problemas son tiempo
difícil, tiempo lento, angustioso tiempo.
La alegría es un tiempo descuidado,
un tiempo imposible,
un tiempo caduco.
Somos tiempos.
Algunos son tiempo eterno,
y otros promesas de tiempo
o tiempo agotado.
El lector tiene entre las manos un libro que es una confesión. Una capitulación del poeta ante su propio vacío y, al mismo tiempo, el mejor poemario de Luis Antonio hasta la fecha. No temo en expresarlo de esta manera en estas palabras iniciales y poco útiles –siempre he pensado que los prólogos deberían ir detrás, en letra pequeñita y que el lector se enfrente directamente con la obra–.
Ya no es corta la trayectoria de este joven poeta (ya cada vez menos joven). Desde aquella primera obra imberbe que fue el binomio Me escuchas / Sabiendo que me pudo el amar (2001) ha llovido mucho. Muchísimo. Es más, ha diluviado. Y parte de los restos de ese diluvio los tenemos en Confieso el vacío. El poeta se nos muestra en su derrota. Versa la confesión de su desmoronamiento. No le interesa subrayar aquí los motivos de esa derrota (la amada, el ente femenino, ese tú que cuestiona y que también se cuela en los poemas por algunas esquinas), para este diálogo ya se pronunció con anterioridad, en los poemarios precedentes. Lo que se estima en estas páginas es la verdadera voz íntima del poeta. La confesión, a sí mismo o al mundo, de que ha sido derrotado y de que ese descalabro le produce una vergüenza, un sonrojo, un abrasamiento interior, que impiden la comunicación poética. La palabra se ríe del poeta (Poema IV). El poema III es muestra definitiva de todo ello, con una de las estrofas más bellas del conjunto:
La inercia
es la razón de dormir tantas horas.
Si amáramos la vida
robaríamos hasta el tiempo de estar muertos
para seguir escribiendo
nuestras razones para morir.
Y viene a la memoria con estas palabras el Ciorán más vencido de Silogismos de la amargura (1952).
Luis Antonio se exhibe en su caída con versos muy bien sugeridos y, en esa introspección, por momentos desquiciada, por momentos febril, el diálogo que establece consigo mismo, con su yo reflejado en el espejo, o mejor dicho, con la distancia infinita que hay hasta ese yo (VI), permite ver que la verdadera importancia no radica en la derrota en sí, sino en el proceso dialéctico en el que se ven envueltas las partes del poeta («Mírame a los ojos cuando te hablo…»). Un diálogo que transcurre en la oscuridad –la oscuridad interna al poeta–, porque es en el instante nocturno, en el sueño, donde el poeta se expone a su mente y a su propio vacío.
Pero la voz poética es valiente, más aún, es terca; irremediablemente terca. Y anuncia su resurgir y su furia desde el poema V: «daré al silencio su muerte más certera.» Y cuando la voz poética acalle al silencio de la vergüenza se habrá impostado del sentimiento de derrota y aniquilará el tiempo, «los errores son tiempo suicidado» (XIII), mostrándose a sí mismo (XIV), gritando (XVII), colocándose en una posición de vencimiento desde la derrota, de lección aprendida. El poeta, como nos tiene acostumbrados de obras anteriores, resurge de su problemática con mayor afianzamiento de su identidad. De esta manera se explica un poema final (XVIII) tan seguro, tan certero, tan exacto.
Por mucha altura que tuviera Abril, tres de la mañana (Huerga & Fierro, 2005), que vaya si la tenía, Confieso el vacío nos coloca ya ante un poeta con verdadero dominio de su verso, sin ningún titubeo. Desgarrador y controlado al tiempo.
Ha llegado. Ésta es su voz. Ahora sólo debe pararse, escribir y contarnos.
Luis Antonio González Pérez, nacido en Telde (Gran Canaria) en 1983, reside en Madrid desde 2003. Con diecisiete años publicó su primer poemario doble titulado ¿Me escuchas? / Sabiendo que me pudo el amar con prólogo del poeta canario Luis Natera Mayor. En 2004 Sobre tu silencio y a pesar del ruido sería su siguiente obra en ver la luz, esta vez en la colección “La Columna Quemada” de poesía, de Ediciones Qneras, dirigida y auspiciada por
Ha recibido el Premio Gran Canaria de Poesía 2001, en el CCXV aniversario de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, de la cual es socio desde el pasado enero de 2002 y el Primer Premio de Creatividad Personal en la modalidad de Poesía que organiza la Fundación CEU en el año 2004.
Colaborador habitual de prensa digital, ha sido recogido en varias publicaciones colectivas de autores canarios e hispanoamericanos. Es socio fundador de la Asociación Juvenil de Escritores